18 mayo 2015

Crítica musical: Rocío Márquez


Por: Javier Losilla

Están las cantaoras pisando fuerte en el patio del flamenco, y ahí está para demostrarlo sin detrimento de otras más veteranas, la trinidad formada por Estrella Morente, Argentina y Rocío Márquez. Bien por ellas, intérpretes de tronío en un mundo de hombres, que diría James Brown, en el que siempre sobresalieron las mujeres. La onubense Rocío Márquez, intérprete de frase larga, giro cadencioso y sabiduría marchenera, actuó el sábado en el Centro Cultural Delicias, dentro del Festival Flamenco Ciudad de Zaragoza, y más que una lección de cante dejó claro que ella es el cante mismo, la voz ubicua forjada al calor de las grandes e innovadoras gargantas (Niña de los peines, Pepe Marchena, Enrique Morente) Rocío, que en El niño, su segundo disco, rinde un soberbio tributo al mencionado Marchena, a la vez que da unos cuantos revolcones a la ortodoxia flamenca, llegó acompañada por el espléndido guitarrista Manuel Herrera, tocador sobrio pero no corto; clásico, pero no antiguo; seguro, pero no aburrido, y detallista, pero no falto de nervio. Al compás de sus vibrantes cuerdas facturó Rocío una velada brillante y, en no pocas ocasiones, embrujadora.

Por malagueña y abandolaos abrió la boca, es decir, la caja de mágica del mágico flamenco, para continuar con habanera y guajira, tangos (con guiño a Pastora Pavón) y ese bello y bien bordado Romance a Córdoba, del gran Marchena. Finalizada la filigrana, nos dejó clavados con una petenera del tamaño de Empire State (Llorando y en penitencia y a tu vera un día me fui), para volver a Marchena con la milonga El año del cometa, amarrarnos de nuevo a la silla con unas segurillas antológicas, y rematar alegremente por cantiñas. Y adiós, o eso pensaba ella, ilusa, pues no hay cantaor, cantante, cantautor e incluso cantamañas que, desde los ya lejanos tiempos del Augusto César, haya despedido un concierto en Zaragoza sin hacer un bis, si exceptuamos, tal vez, al muy suyo Zimmerman, más conocido por Dylan. Así que de adiós, na de na. Y Rocío, poderosa ella, apartó el micro, se colocó al borde el escenario, que no del abismo, y echó el cierre por fandangos. ¡Y qué cierre! A ver quién era el guapo que pedía más. Rocío, ay qué gran Rocío.