14 junio 2013

La noche de Alejandro Sanz


Daniel Monserrat (El Periódico de Aragón)

 Lo tuvo claro cuando saltó al escenario del Príncipe Felipe. "Esta es nuestra noche y el que no vino se la perdió, así que vamos a disfrutar". Y es que la entrada quizá no fue la esperada, alrededor de 3.000 personas, cuando Sanz viene de prácticamente llenar, por ejemplo, dos Palau Sant Jordi en Barcelona. Pero era su noche y poco le importó a él (o al menos eso dijo y, desde luego de falta de entusiasmo no se le puede acusar) y poco al público que sí acudió al pabellón. Unos espectadores a los que les bastó que se apagaran las luces para enloquecer con su ídolo que apareció entre tres telones que se vinieron abajo con las primeras palabras de Llamando a la mujer acción a la que sucedió Cómo decir sin andar diciendo. Un arranque espectacular también en cuanto a contundencia en el sonido (quizá demasiada y la voz de las coristas quedaron un poco perdidas por el volúmen de la música y, sobre todo, de la voz del propio Alejandro Sanz) al que el público respondió de una manera un poco fría pero que enseguida se calentó con la arenga del músico que aseguró estar encantado de actuar en Zaragoza.

 
Han pasado ya más de veinte años desde que bastaba su presencia para provocar desmayos y es indudable que su música también ha sufrido una evolución, pero lo cierto es que el público femenino no lo ha perdido. Alejandro Sanz suena ahora mucho más potente (hasta nueve músicos le acompañaron en el escenario), algo que demostró anoche en la que presentó su último trabajo, La música no se toca, con cuyas canciones arrancó los aplausos del público pero lo cierto es que cuando sigue arrasando es cuando interpreta canciones como Quisiera ser, Cuando nadie me ve, Corazón partío, No es lo mismo (con la que convirtió el pabellón en una gran fiesta en un enorme despliegue de luces y sonido) o una Looking for paradise ya en la recta final del concierto que cantó acompañado de una de sus coristas (en el papel de Alicia Keys) y después de la que trató de despedirse del público zaragozano.
 
Para entonces, el tiempo, ese al que aludió en todo el concierto Alejandro Sanz y que provocó los primeros aplausos en el primer tema ("Mira cómo corre, qué cobarde es el tiempo") había avanzado inexorablemente y ya hacía casi dos horas desde que había comenzado la actuación.
 
Por el camino, Alejandro Sanz no quiso olvidarse de su madre de la que recordó, con cariño, que no le creyó cuando él dijo que quería ser cantante y subirse a un escenario. "No me atreví a decirle nada porque todas las madres son un poco mañas y cualquiera les lleva la contraria", apuntaló el artista. Pero sobre todo, en esos 120 minutos habían sonado muchas más canciones, como Desde cuándo y Se vende.
 
Temas que interpreta con un grupo de músicos al que acompaña un potente espectáculo de luces en el que destaca un conjunto de estalactitas que penden del techo y que cambian de color según el ritmo de la canción y coronado por una espectacular pantalla de vídeo en la que diferentes proyecciones hacen crecer la propuesta escénica.