Patrimonio cultural

La sangre es indispensable para vivir. Su papel es tan esencial que la disminución de su volumen o la alteración de alguna de sus funciones pueden poner en peligro la supervivencia del organismo; es decir, la sangre es sinónimo de vida porque no existe vida sin ella. La donación de sangre, gesto generoso y desinteresado, es hoy por hoy, la única forma de salvar la vida o recuperar la salud para cualquier persona que sufra un déficit de componentes sanguíneos. Por ello, los donantes de sangre, que en el caso de Zaragoza remontan su labor organizada al año 1965, cumplen un papel trascendental para la sociedad que merece ser reconocido.

La inauguración del monumento el 14 de junio de 2020 estuvo presidida por Jorge Azcón Navarro, alcalde de Zaragoza y donante de sangre, y María del Carmen González Mongío, presidenta de la Asociación de Donantes de Sangre de Zaragoza. El monolito, promovido por el consistorio a instancias de la Asociación de Donantes de Sangre de Zaragoza, fue diseñado en la primera mitad de 2020 por el arquitecto municipal Federico Pellicer Raz y ejecutado por el artista multidisciplinar Fernando Navarro Catalán. Se realizó con la pretensión de ser un “homenaje” a los zaragozanos y zaragozanas que, de manera altruista, donan sangre para salvar vidas. La pieza fue considerada un acto de justicia en reconocimiento a la ayuda prestada a la medicina.

El Monumento a los Donantes de Sangre consta de un monolito de hormigón blanco en forma de prisma trapezoidal invertido sobre una base rectangular, también de hormigón. Dentro del monolito se aprecian las formas de un corazón y una gota de sangre —símbolo de la Asociación de Donantes de Sangre de Zaragoza— realizadas en negativo, coloreados sus límites de color rojo.

La representación del corazón y la gota de sangre entroncan directamente con el diseño industrial, algo lógico puesto que la escultura trata de reproducir el emblema de la Asociación de Donantes de Sangre. La estética de la pieza bebe del neoplasticismo y el neoconcretismo brasileño, al mismo tiempo que la reducción de los elementos empleados y el color de los mismos a la más mínima esencia la acercan a las tendencias del minimal art de la década de los sesenta. Al haber estado en contacto profesionalmente con el diseño industrial, Navarro realiza un inteligente uso plano de los colores primarios —en este caso, el rojo— de gran intensidad, para remarcar el significado de la pieza, relacionando el color con la sangre. Al mismo tiempo, crea un interesante juego geométrico al contrastar las aristas del monolito y las curvas de las formas que yacen en su interior.