Historias de éxito... a pesar de todo


Elisa Navarro

Franci tiene 30 años y lleva en España desde febrero de 2022, momento en el que decidió abandonar Colombia, su país, por el acoso que sufría debido a su orientación sexual. Sin contactos, sin papeles y acompañada por su hija de 9 años, viajó hasta Zaragoza para probar suerte, anhelando paz, pero dejando, por el camino, toda una vida.

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Esta que empieza no solo es la historia de Franci. Es la historia de aquellos que más de una vez tuvieron que volver a empezar, que reinventarse, que hacer lo imposible por conseguir un trabajo. Historias de éxito donde no habrá, sin embargo, grandes abogados ni médicos con reputación ni cocineros famosos, sino personas que por su forma de creer o amar, que, por su procedencia o circunstancias vitales, debieron esquivar millones de obstáculos para alcanzar una meta, la del empleo, que al parecer no está a la misma distancia para todos.

Precisamente una de estas historias es la de MP, que prefiere no decir su nombre por miedo a perder un trabajo que tanto le costó conseguir.

2º de bachillerato. Era justo el día de su graduación, cuando un fuerte episodio psicótico, lleno de alucinaciones auditivas y visuales, la sobresaltó por primera vez en su vida. Esa noche tuvieron lugar una serie de acontecimientos que todavía no distingue si fueron reales o producto de su imaginación. Como si estuviera dentro de una película, recuerda que los semáforos se ponían verdes a su paso, que los grafitis en las calles dictaban su destino y que las estrellas también tenían mensajes para ella. Después de tantas visiones, todo terminó a la mañana siguiente, con una MP desorientada, en la azotea de un edificio que no era el suyo y que se había pasado la noche deambulando, en tirantes, por una Zaragoza gélida. Tras este episodio, pasó dos semanas encerrada en casa a la espera de una medicación que pudiera regularla.

Después, vendría el diagnóstico. Y, a partir de entonces, una etiqueta que la acompaña desde sus 17 años: el trastorno bipolar. Una enfermedad que poco tiene que ver con eso del "ahora triste y en unos segundos contenta". En su caso, se traduce en episodios maniaco-depresivos difíciles de prever y mucho menos controlar. Por eso, 11 años después, sigue aprendiendo a convivir con una enfermedad que condiciona sus días y, por supuesto, el acceso al mundo laboral.

Un constante sube y baja, así es su vida. La lucha incansable contra unos fantasmas que, cuando se manifiestan, la aíslan por un tiempo del mundo. Recuerda 2016 como uno de sus peores años que culminó con su ingreso en la planta de psiquiatría del Miguel Servet.

Al salir, incapaz de reanudar la universidad, y mal aconsejada por un psiquiatra que la animaba a la inacción, vinieron tres años en blanco, sin hacer nada. Pero, volvería a sacar fuerzas de flaquezas para ver, de nuevo, algo de luz. Mediante ETTs descubrió que no estaba incapacitada. ¡Podía trabajar!

Confinamiento. Pausa. Casa de nuevo. Debido a la falta de hábito, sus intentos truncados de estudio fueron el leitmotiv de los siguientes meses tras la pandemia. Después, un supermercado le ofreció el primer contrato estable de su vida. Pero, de su puesto laboral, la arrancaría sin piedad un nuevo episodio depresivo y el error de compartir con la empresa su enfermedad. Abusando de su poder, le hicieron firmar la renuncia voluntaria.

Según una encuesta del INE (2020), solo 1 de cada 6 personas que padecen un problema de salud mental está empleada.

Como una hormiguita que recolecta comida para el invierno, MP aprovecha la tregua que le da su trastorno para rearmarse de nuevo. Ahora trabaja puntualmente en una librería donde cada vez que la llaman recarga su confianza y autoestima y se demuestra a sí misma que su enfermedad no impide el desempeño de su trabajo. Pero le preocupa un futuro donde reconoce tener muchas dificultades para estudiar y trabajar. "Ver un CV que, desde 2013 a 2019, está en blanco no es nada atractivo".

Un trastorno que habita en ella pero al que no le quiere dejar ganar la batalla. En septiembre comenzará a estudiar de nuevo y tiene fe, esta vez, en acabar su grado. Como se dice, "quien hace todo lo que puede, no está obligado a más" y en eso, MP, sí que es una absoluta experta.

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Para Río el principal trabajo fue encontrar trabajo, porque lo que le diferencia de la mayoría de los mortales es que no se identifica con ningún género. "Nunca me he sentido ni chica ni chico. Cuando crecí, me di cuenta de que el género era algo que no entendía y no quise pasar por el aro. Ahora le pongo nombre: género fluido, trans, no binario…", cuenta. Completamente andrógina, tan pronto se refiere a sí misma en masculino como en femenino. (Por eso, en este reportaje, se vulnerarán también ciertas reglas gramaticales. Pero nada grave).

Bloqueos. A Río le aterraba el papel en blanco. El momento de sentarse a elaborar su CV. Un miedo a no encajar que lo llevó, al principio, a aceptar trabajos poco estables pero necesarios para seguir viviendo sola: pasear perros, hacer masajes puntuales...

En esa época, conoció a Noe, responsable del programa Orgüello en Accem que ayuda al colectivo LGTBI a la inclusión laboral y quien le mostró que no era la única en enfrentarse al problema. El último estudio de UGT muestra que el 75% de las personas LGTBI no tienen las mismas oportunidades para acceder al mercado laboral y que más de la mitad se ha sentido excluida en entrevistas de trabajo.

"La gente a veces no es consciente de sus prejuicios sociales. Si no encajas con el estereotipo, confían menos en ti y eso puede ser determinante a la hora de hacer la criba", reconoce Río.

Aunque su caso es la excepción que confirma la regla.

Desde hace un año, trabaja en una asociación de jóvenes donde imparte talleres en centros, institutos y pueblos. Un puesto que consiguió tras la autodeterminación de que podía aspirar a algo mejor. Su trabajo está siendo su terapia; su manera de convencerse de que hay un sitio para todos en esta sociedad dispar.

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"Me gustan las mujeres". En un país como Colombia esta afirmación puede costarle muy cara a otra mujer. Pero Franci decidió no ocultarlo y soportó la violencia: la tumbaban de la moto, sufrió atentados en casa… Y, cuando involucraron también a su hija, se vino para España.

De manera ilegal, comenzó limpiando apartamentos por la mañana y cuidando a niños por la tarde. Un total de 14 horas diarias y 1.200 euros al mes. Y, mientras tanto, su hija la esperaba sola en una habitación.

Sin experiencia previa, encontró después trabajo en la construcción. Lijó, pintó, limpió y sacó escombros por unos 4 euros la hora. "A los migrantes nos pagan muy barato porque saben que nuestra situación vulnerable nos va a llevar a aceptar casi cualquier cosa", lamenta.

A estas alturas de la película, casi había olvidado que, en Colombia, como administradora de empresas, trabajaba para una entidad pública al cargo de estudiantes y proyectos. Casi había olvidado que, allí, su economía era tan favorable que se podía permitir el pagar a otra mujer para que limpiara en su lugar. Pero nunca olvidó que todo tiene un precio y que el de su seguridad era más alto que el de su reputación.

Mientras tanto, llegó octubre y también una carta de extranjería donde le concedían por seis meses permiso de residencia y trabajo. Papeles que le permitieron acceder a un puesto laboral más digno. Con horarios, descansos y contrato legal.

"A veces pienso en que estudié 8 años de mi vida para acabar trabajando en un salón de juego", comenta. Pero, en realidad, no se queja. Un trabajo con el que, posiblemente en los próximos meses, podrá solicitar el arraigo laboral en España. Y quien sabe si después conseguirá ese puesto que tanto anhela relacionado con su formación.

Y, mientras sigue caminando, a sus 30 años, su historia ya es un ejemplo de constancia y valentía. Y así se siente, orgullosa. Desde su nueva trinchera, se vuelve a permitir el lujo de soñar con un futuro más tranquilo para ella y también para su hija.


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