¿Etiquetas sexuales? ¡Deshazte de ella!


 Es un hecho que hay un uso excesivo de las etiquetas sexuales. Estas nos limitan la posibilidad de vivir la sexualidad de una manera más saludable y respetuosa. Es importante informarse sobre cómo nos afectan e intentar evitar reproducir estas etiquetas por el bien de todos y de todas.

Palabras clave: etiquetas, sexualidad, salud

Las etiquetas son constantes en todos los ámbitos de nuestras vidad: "soy lista", "ese chico es un vago", "aquella es muy sexy", "mi profe es borde", etc. Constantemente estamos clasificando el mundo y las personas que nos rodean mediante etiquetas, para simplificarnos la vida y saber a qué atenernos. Pero ese sistema tiene algunos fallos, y sobre eso queríamos invitaros a reflexionar en esta ocasión. Clasificar a las personas nos da cierta impresión de seguridad y estabilidad, puesto que así tenemos las pautas de lo que debemos esperar, según lo que indica su etiqueta, y sabemos cómo comportarnos con ellas. El problema es que eso niega la posibilidad de cambio y evolución. Además, a veces, encajar en una determinada categoría no supone que se tengan todas las características que se le presupone a dicha categoría. Etiquetar a una persona puede generar mucho malestar dado que, en muchas ocasiones, el uso de las etiquetas se hace para devaluar a la persona o se usa como insulto. De modo que las etiquetas restan libertad y dificultan el aprendizaje y la mejora de los individuos y de las relaciones.

Y en el terreno de la sexología, ¿en qué influyen estas etiquetas? Las cuestiones de sexo no escapan a este afán de clasificar, más bien todo lo contrario. En nuestro quehacer diario como sexólogas, nos damos cuenta de que hay un uso excesivo de las etiquetas y las categorías cerradas que, en lugar de ayudarnos, habitualmente nos limita la posibilidad de vivir la sexualidad de una manera más saludable. Aquí van algunos ejemplos de lo que pueden suponer esas etiquetas sexuales.

  1. En primer lugar, están esas clasificaciones que hacemos sobre la identidad o el deseo; por ejemplo, como si existieran dos únicas maneras de identificarse, dos únicos polos opuestos, lo que se denomina binarismo: ser hombre o mujer, ser heterosexual u homosexual, etc. La realidad suele estar organizada más bien como un continuo con infinitos matices y posibilidades, y esas etiquetas a menudo van acompañadas de cantidad de estereotipos y supuestos en los que es fácil no encajar al 100% en uno de los polos. Incluso como personas, podemos fluir por ese continuo, y ser mañana diferentes a lo que somos hoy. Esa mirada binarista sobre "lo que debería ser" tiende a ser poco flexible y se deja fuera muchas de las formas existentes de ser persona. Es mejor explorar la identidad y el deseo desde una/o misma/o, sin obligarnos a encajar en categorías cerradas. En el caso de las etiquetas por orientación sexual o identidad de género, en la adolescencia tiene un claro sentido de insulto o burla, pudiendo generar malestares en las personas que lo reciben (hablaremos en otro momento del acoso escolar o bulling homofóbico). Observamos como en las relaciones entre iguales, el uso indiscriminado de insultos o referencias peyorativas a palabras como "maricón" o "bollera", por ejemplo, a compañeras/os es una dinámica muy habitual, basada en estereotipos cerrados que, además, estigmatizan en vez de apostar por la riqueza y la diversidad.
     
  2. En segundo lugar, están los autodiagnósticos que nos ponemos cuando nos encontramos con dificultades eróticas, como "sufro vaginismo", "soy eyaculador precoz", o "tengo anorgasmia", por mencionar algunos ejemplos. La sexología no es nada amiga de este tipo de etiquetas y, en su lugar, proponemos entender bien lo que pasa en nuestro caso particular, buscar soluciones y trabajar a partir de los recursos personales que tenemos. Entendemos que, en un primer momento, nos puede servir pensar que aquello que sentimos tiene un nombre y no somos la única persona en el mundo a quien le pasa. Sin embargo, hay varios riesgos con este tipo de auto-etiquetas: por un lado, que la persona se acomode a esa descripción de sí misma y no intente mejorar o cambiar aquello que no le gusta ("es que yo soy así"). Como si fuera una característica propia que no se puede modificar. El otro riesgo sería no intentar ponerle palabras a lo que nos pasa exactamente, conformándonos con esa etiqueta general y, de este modo, no buscar la solución que mejor se adapta a nuestra realidad y necesidades individuales. Las/os sexólogas/os sabemos que, en lo referente a dificultades eróticas, siempre existen soluciones y que cuando nos lo "curramos" y le ponemos ganas, siempre se mejora.
     
  3. En tercer lugar, encontramos las etiquetas que le ponemos a las demás personas: muchas veces no nos dejan ver quién hay realmente detrás de ellas y encontrar, así, la esencia de cada quien. De este modo, nos relacionamos de manera distinta según cómo creamos que van a reaccionar y eso hace que, a veces, no veamos aspectos importantes (que pueden ser tanto positivos como negativos) o que proyectemos sobre los demás nuestras propias ideas de cómo deberían ser.

¿Qué te proponemos? Es muy sencillo, tienes que enfocarte en ser quien realmente queieres ser, sin necesidad de poner nombres ni denominarlo. También ver a las personas tal como son, sin prejuicios ni clasificaciones, reconociendo el derecho y la posibilidad de que evolucionen ellos y ellas y tú misma/o. En definitiva, aprender a disfrutar de las infinitas diversidades existentes.

Lurdes Orellana y Victoria Tomás. Asesoras sexológicas del CIPAJ y de la Universidad de Zaragoza. Artículo publicado en El Boletín del CIPAJ del mes de mayo de 2018, n. 372
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