Palacio de Argillo


El Palacio de Argillo


Como ampliacíon de las casas de don Francisco Sanz de Cortes (luego Marqués de Villaverde, y conde de Atarés y de Morata), el edificio fue proyectado por Juan de Atarés y de Morata), el edificio fue proyectado por Juan de Mondragón y se construyó entre 1659 y 1661, dirigiendo la última parte de las obras Felipe Busiñac y Borbón, que siguió el esquema de los palacios renacentista (aunque se incluyan rasgos de transición al barroco). Se utilizaron materiales autóctonos y, en la fachada, es característico el labrillo a cara vista, la falsa galería de arquillos y el muy volado alero de madera tallada.

En 1837 la condesa de Argillo heredó el palacio, alquilado desde 1860 y durante casi un siglo por el Colegio de San Felipe. En 1943 recibió la declaración de Monumento Nacional y, hasta su adquisición en 1977 por el Ayuntamiento de Zaragoza, fue también sede de la ONCE.

Las primeras obras de restauración y acondicionamiento del edificio para albergar el Museo finalizaron en mayo de 1985. Las últimas se realizaron en el periodo 2007-2009 cuando se amplía el edificio, anexionándole otro de nueva planta, y se actualizan todas las instalaciones del mismo para servir al nuevo Museo Pablo Gargallo.

Los Orígenes


Entre la ya mítica y malograda Torre Nueva (cuyo recuerdo viene manifestándose imperecedero y proclive a la recurrencia) y la iglesia parroquial de San Felipe y Santiago (quizá todavía de carácter románico, puesto que la fábrica actual es posterior al palacio que nos ocupa) se localizaban las casas, relativamente modestas al parecer, que poseía en Zaragoza, mediado el siglo XVII, don Francisco Sanz de Cortés, infanzón zaragozano (miembro de una familia de prósperos financieros con ascendencia en Tauste) que atravesaba un periodo de rápida ascensión social, basado tanto en su capacidad económica como en su condición de prestigioso abogado, circunstancias todas ellas que debían reclamar una representación patrimonial y edilicia acorde con la significación de quien luego fue marqués de Villaverde.

Precisamente con ese nombre se conocería, durante casi dos siglos, la ampliación palaciega de aquellas casas, que tuvo lugar entre 1659 y 1661, ocupando parte del solar del cementerio parroquial de San Felipe, con cuya iglesia compartió medianiles la nueva edificación, merced al permiso obtenido en 1660, durante la realización de las obras, que dirigía entonces Felipe Busiñac y Borbón, sucesor en dicha tarea de Juan de Mondragón, a quien se debe la traza general del palacio. Con este último maestro albañil iniciaron la construcción los canteros zaragozanos Domingo Espés, mayor y menor, Juan Sancho y Martín de Abaría, que utilizaron, como veremos luego, materiales autóctonos.

El nuevo marqués de Villaverde (que ostentaba dicho título desde 1670, por graciosa decisión del rey Carlos II) y conde de Atarés y de Morata (título que adquirió, junto al resto de sus posesiones, a la condesa de Morata) fue distinguido en 1685, por el Capítulo de la vecina parroquia, con la elección de primiciero, autorizándole subsiguientemente a derribar y reedificar la iglesia según sus deseos. Iniciada con entusiasmo la tarea en 1686, la prematura muerte del marqués dejó el proyecto en manos de su hijo, José Sanz de Cortés y Coscón, que lo continuaría, tras algunas indecisiones y reticencias previas, donando incluso terreno para edificar un templo de más amplias proporciones, a cambio de lo cual consiguió licencia del Capítulo para abrir tribuna privada desde los muros de su propio palacio.

Con el traslado a la corte madrileña de Miguel Sanz de Cortés y Fernández de Heredia, tercer marqués de Villaverde, se produce la sucesiva desvinculación de uso directo del palacio por parte de la familia propietaria. La condesa de Argillo, María Soledad Muñoz de Pamplona y Sanz de Cortés, heredó el edificio en 1837, fecha desde la que definitivamente su denominación quedaría vinculada al nuevo título.

Características generales


En lo conservado, que es precisamente la parte más representativa y monumental (es decir, la propiamente palaciega), el edificio presenta un singular interés arquitectónico y, por supuesto, histórico. Al margen de que sea más o menos correcta la interpretación que pasa por considerarlo ejemplo notable del renacimiento final zaragozano, parece indudable que puede calificarse como producto arquetípico del momento de transición del modelo renacentista, que aún se mantiene en lo fundamental, al modelo barroco en las construcciones civiles promovidas por la nobleza aragonesa del último tercio del siglo XVII.

La planta del palacio de Argillo responde básicamente al esquema general de los palacios renacentistas y, por consiguiente, sus espacios construidos se disponen alrededor de un patio central, ligeramente rectangular en el sentido del acceso, rodeado por galerías, sustentadas en planta baja por ocho monumentales columnas anilladas, y por arquerías de medio punto sobre columnas, con cinco vanos por lado, en planta primera, siendo de orden toscano unas y otras columnas, realizadas en piedra negra de Calatorao (para basas, anillos y capiteles) y alabastro de Épila (para fustes). El hueco del patio está coronado con un friso de madera tallada (seguramente originaria, como el resto de la utilizada en el edificio, de Villanúa, desde donde se debió transportar mediante las tradicionales navatas), representando los doce signos del zodíaco, máscaras, frutos y otros elementos decorativos.

En la zona de acceso, además de éste, el edificio dispone, en planta baja y entreplanta, de algunos espacios auxiliares de interés menor, que se corresponden en planta primera con el salón de honor o protocolo (decorado con un friso, en escayola, decididamente barroco), cuya gran altura imposibilitaría, en todo caso, la practicabilidad de la falsa galería de la fachada.

Pasado el patio, el único espacio disponible acoge la monumental, aunque sobria, escalera, cubierta con cúpula sobre pechinas (decorada en su base mediante un friso, también realizado en escayola como el del salón, con el que guarda, aun en su mayor modestia, evidente parentesco), que accede directamente a las galerías de la planta primera.

La fachada, que recoge diversos indicios barrocos (fundamentalmente el número, tamaño y disposición de los vanos, la disfuncionalidad de la galería superior y el singularísimo alero) y ofrece contrastes cromáticos poco usuales, está realizada con ladrillo a cara vista, presenta zócalo de piedra caracoleña de Fuendetodos, ingreso bajo potente arco de medio punto (en piedra negra de Calatorao), ventanas enrejadas en planta baja y entreplanta, tres grandes ventanas (con balcones practicables las laterales, y todas enmarcadas con la misma piedra negra) en planta primera, y falsa galería, de esbeltos arquillos de medio punto doblados, en el coronamiento, que se remata con un exuberante alero en madera tallada, muy volado, voluminoso y expresivo.

De colegio a museo


Durante la centuria que abarca aproximadamente la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, el palacio de Argillo fue objeto de dos usos muy significativos. Desde 1860, año de la fundación del mismo, acogió en alquiler al Colegio de San Felipe, verdadera institución en el ámbito de la docencia zaragozana, que introdujo diversas modificaciones en el edificio (a juzgar por algunas fotografías de finales del siglo XIX), como resulta bien lógico si consideramos que albergaba un internado, por lo que, junto a las aulas propiamente dichas, existía comedor, gimnasio, dormitorio (al parecer, según recuerdan algunos antiguos alumnos, instalado en el salón de protocolo de la planta primera, cuya gran altura quedó muy reducida, mediante un techo intermedio que quizá inutilizó la zona superior). Probablemente la transformación más destacable sea el cerramiento de las arquerías de la planta primera, intervención que supuso importantes destrozos en las basas y capiteles de las columnas, con objeto de encarcelar las ventanas de que se dotó a dicho cerramiento. Como se supondrá, dadas las necesidades de espacio para el uso del momento, el edificio conservaba todavía toda la zona posterior, es decir, las antiguas casas del infanzón Sanz de Cortés.

Poco después de la guerra civil, por decreto de 27 de julio de 1943, el palacio fue declarado Monumento Nacional y, casi a continuación, desde 1946, cambió de propietario y de uso. La Organización Nacional de Ciegos Españoles, que a lo largo de más de una década estuvo compartiendo espacios con el Colegio de San Felipe (trasladado a otro edificio en 1958), instalaría sus talleres y una importante sede administrativa, efectuando nuevas redistribuciones interiores y compartimentando hasta límites sorprendentes la planta primera, según pudimos comprobar todavía a comienzos de los años ochenta.

Diez años antes, la ONCE (que derribó previamente la zona posterior del edificio, disponiendo así del espacio necesario para construir, patio de luces interpuesto, su nueva sede) cambiaba de domicilio, abandonando la vieja casa de los Villaverde a un futuro que se preveía poco halagüeño.

En 1977, tras diversas alternativas, el Ayuntamiento de Zaragoza efectuó la adquisición del edificio, iniciándose las habituales tandas de recomendaciones, proyectos, indecisiones, avisos ciudadanos, sugerencias relativas al posible uso, previa restauración, a que se podía dedicar. Al tratarse de un Monumento Nacional, el Ministerio de Cultura financió algunas intervenciones de consolidación de la fábrica para poner coto a su progresiva ruina.

En 1979 se produjo la firma de un convenio entre el citado Ministerio y el Ayuntamiento de Zaragoza, encaminado a restaurar el edificio y utilizarlo como sede para un conjunto de talleres artísticos, de acuerdo con el proyecto, de alcance nacional, dirigido a promover y crear talleres de similares características en las principales ciudades del país. A pesar de haber invertido algunas cantidades considerables en varias actuaciones parciales sobre el edificio, el Ministerio de Cultura suspendió muy pronto su proyecto nacional de talleres artísticos y renunció al convenio suscrito.

En abril de 1980, el arquitecto Ángel Peropadre Muniesa concluyó, por encargo del Ayuntamiento, un proyecto de restauración parcial, que tendría su continuación dos años después, en marzo de 1982, con un proyecto de restauración total y acondicionamiento para la instalación del Museo Pablo Gargallo. Aprobado el proyecto en abril de 1983 y adjudicadas las obras en el mes de junio, se iniciaron éstas en agosto del mismo año (bajo la dirección del arquitecto autor del proyecto) y quedaron concluidas a finales de mayo de 1985, apenas un mes antes de la inauguración del nuevo museo.

La restauración y las reformas posteriores


Realizada con criterios principalmente historicistas, respetando en líneas generales tanto los espacios como los materiales originarios, recuperando y revalorizando al máximo posible los elementos arquitectónicos y constructivos que se conservaban, y adecuando al contexto dado las nuevas incorporaciones, así como los acabados superficiales y cromáticos, las aportaciones más destacables del conjunto de la intervención restauradora quizá pueden resumirse, singularmente a efectos funcionales, en la creación de dos nuevas plantas (bien que de características peculiares y superficies reducidas) aprovechando y readaptando las falsas de la construcción inicial: por un lado, la hoy llamada planta segunda, entre la cubierta y el forjado superior de la galeria de la planta primera, formada por cuatro pequeñas estancias enlazadas mediante un pasillo que circunda perimetralmente el hueco del patio central; por otro, la planta tercera, entre la cubierta y el forjado superior del salón de protocolo de la planta primera, cuya superficie prácticamente reproduce tras la zona de la fachada ocupada por el monumental alero.

Estos nuevos espacios, arrancados a las holguras constructivas del ya tricentenario palacio, son los que posibilitan, junto al también nuevo cuerpo de comunicación vertical (imprescindible en la situación actual, pero al propio tiempo exigido por las normativas de edificación), el uso museístico de un edificio tan bello como de reducidas dimensiones verdaderamente útiles, en función de aquellas motivaciones de cariz representantivo y de protocolo social que informaron las características generales de su construcción, destinada hoy a fines cuyo contenido cultural y destino colectivo no desdicen sino que, por el contrario, acrecientan la nobleza de su origen.

Para que la imbricación e íntima correspondencia entre las obras de Gargallo y el edificio que las acoge puedan llegar a ser tan consustanciales como imperecederas, el año 1992, coincidiendo con la celebración en el Museo de la primera exposición temporal dedicada a la propia obra de su titular -la muestra temática titulada Caballos y atletas , celebrada entre noviembre de 1992 y enero de 1993 y en la que además se presentaban siete de las ocho nuevas incorporaciones a las colecciones del Museo-, se materializó un proyecto iniciado años atrás, y luego excesivamente aplazado por diversas circunstancias, consistente en la instalación, coronando la torre de comunicación vertical del edificio, de una hermosa veleta en chapa de cobre, construida por un taller de metalistería especializado, que la realizó a modo de rigurosa versión artesanal ampliada de una obra de Gargallo (por iniciativa, con autorización y bajo estricto control de los herederos del artista), a partir de las plantillas en cartón, originales del autor, que sigue conservando su familia.

Casi una década más tarde, bajo la dirección de la arquitecta municipal Úrsula Heredia Lagunas, en abril de 2001 concluían las obras de actualización y ampliación de los sistemas e instalaciones de climatización del edificio, así como el cubrimiento de su patio mediante una cubierta construida con perfilería metálica y policarbonato, de modo que a su naturaleza ligera y translúcida se añade la fundamental característica de su completa reversibilidad, lo que ha supuesto mayores garantías de conservación para las esculturas expuestas en el patio y la galería de la planta primera, y también mejorar las condiciones ambientales de acogida y confortabilidad para los visitantes.