2. Paseo Independencia

Desde la plaza de España continuamos por el Salón de Santa Engracia, bautizado como Paseo de la Independencia en 1863, que finalizaba con la Puerta de Santa Engracia, situada a la altura del edificio de Capitanía, y que fue derribada en 1904. Esta vía, concebida a la manera de los bulevares parisinos, se convirtió en una de las principales arterias de la ciudad y en espacio predilecto para el paseo y ocio ciudadanos. A pesar de que la amplia perspectiva permite vislumbrar con claridad la silueta del Monumento al Justiciazgo, debemos detenernos un poco antes e imaginar la ubicación de un monumento trasladado.

A comienzos del siglo XX, la escultura pública se concebía mayoritariamente para rememorar episodios amargos de una historia lejana. Sin embargo en ocasiones, y con mayor frecuencia conforme avanza la centuria, se plantean de manera casi inmediata ante acontecimientos recientes, como gesto de repulsa y condena de los mismos. Éste fue el caso del Monumento a los funcionarios municipales, el cual, tras barajar ubicaciones como el cementerio de la ciudad, se instaló en el Paseo de la Independencia, próximo al lugar donde se perpetraron los asesinatos, a la altura de la plaza de Aragón. Como consecuencia de las reformas del Paseo, se trasladó al Paseo de la Constitución, donde todavía se encuentra. No sólo la escultura conmemorativa sufre estas movilizaciones en beneficio de las reformas urbanísticas, sino que ocurre lo mismo con el mobiliario urbano, parte igualmente relevante de la ornamentación de la ciudad. Un ejemplo de ello es el quiosco de la música, magnífica pieza modernista diseñada por los hermanos Martínez Ubago para la Exposición Hispano Francesa y que, hasta ocupar su posición actual en el Parque Grande, estuvo instalado en la Plaza de los Sitios y en el Paseo de la Independencia.

El Monumento a los funcionarios nos recuerda una época de una marcada crisis social que se tradujo en continuas huelgas, revueltas y escenas violentas, que desembocaron en hechos como el asesinato acaecido en agosto de 1920. La repercusión de este hecho fue tal, que trascendió al ámbito local y la Sociedad Central de Arquitectos se sumó al homenaje a través de una lápida conmemorativa inaugurada en enero de 1924. En este caso se dedicaba únicamente a la memoria del arquitecto municipal José de Yarza. Modelada por el profesor de la Escuela de Artes y Oficios de la ciudad Ricardo Pascual Temprado, fue colocada en la fachada del edificio nº 30 del mismo Paseo de la Independencia, donde residía el fallecido. Esta obra ejemplifica otro medio de homenaje más humilde, el de la lápida, que solía instalarse con frecuencia en los interiores de los inmuebles o en sus fachadas. Incluso en ocasiones se aunaba con la decisión de otorgar el nombre del personaje agasajado a una vía de la ciudad. En dichos casos, la parte escultórica solía corresponder a la inclusión del retrato del homenajeado, por norma general, de perfil, de lo cual veremos un ejemplo más adelante.