3. Paseo de Ruiseñores, Parque de Pignatelli y Fuente de los Calderos

Desde el Parque Primo de Rivera se alcanza el paseo Ruiseñores, siguiendo el camino que traza el Canal a través del Paseo de Colón. El Paseo Ruiseñores es una calle tranquila, urbanizada a finales del siglo XIX, en la que se levantaron un conjunto de hotelitos destinados a la burguesía industrial y comercial zaragozana. Pocos ejemplos quedan de aquellas construcciones unifamiliares, de gusto modernista rodeados de jardines privados con fuentes ornamentales, que convivieron con las primeras viviendas más modernas de gusto racionalista levantadas por el estudio de arquitectura formado por los hermanos Regino y José Borobio.

Al final de esta acogedora calle se localiza el parque de Pignatelli. Este espacio verde se diseñó por el Ayuntamiento de Zaragoza en la década de los años veinte del siglo XX entre los antiguos depósitos de agua de la ciudad (hoy rehabilitados como espacio expositivo) y el paseo de Cuellar. Sus pequeñas praderas y espacios arbolados se disponen en torno a ejes longitudinales. Al final de uno de estos ejes, el principal, se halla la estatua de Ramón de Pignatelli (1858-1856), obra maestra de Antonio Palao, erigida como merecido homenaje a su figura en el 150 aniversario de la construcción del Canal, ya que éste no hubiera sido posible sin el empeño que dicho canónigo aragonés puso en su realización y conclusión. Inicialmente la estatua, elevada sobre un pedestal de base cuadrada, se ubicó en la Glorieta de la Plaza de Aragón, hasta el año 1904 que fue sustituida por la del Justicia y llevada a la avenida Siglo XX, denominación con que en esos momentos se conocía esta zona de la ciudad. La escultura de Antonio Palau es de estilo realista y académico y el artista se inspiró para su realización en el retrato que de este personaje pintó Francisco de Goya.

No muy lejos, entre el Paseo Cuellar y la calle de José Pellicer se localiza una pequeña plaza de encuentro ciudadano amenizada por la presencia de La fuente de los Calderos (1989) de Rafael Barnola. Está compuesta por nueve calderos colgados de ganchos de hierro, de los cuales cae agua a una pila rectangular construida en piedra. Esta pieza destaca por el homenaje a la cultura popular a través del uso de material reciclado, como son estos calderos utilizados para la matanza del cerdo. Pero también es una instalación que se hace eco de la estética del arte póvera italiano y de otros movimientos renovadores de los años setenta. Asimismo, esta plaza es un ejemplo de la creación de pequeños espacios ciudadanos para el esparcimiento de los vecinos que se prodigaron en los años ochenta en Zaragoza en entornos dominados por el tráfico y la carencia de zonas de recreo.