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PREGÓN DE LA SEMANA SANTA  DE ZARAGOZA

 

Proclamado por el Excmo. Sr D. Manuel José López Pérez Rector de la Universidad de Zaragoza 19 de marzo de 2016

Sr. Arzobispo, Sr. Alcalde, Junta Coordinadora de Cofradías, Hermandad de Cristo Despojado de sus Vestiduras y Compasión de Nuestra Señora, cofrades, Sras. y Sres.
Fue para mí una sorpresa que me ofrecieran ser pregonero de la Semana Santa zaragozana en el presente año pero debo decir que la acepté inmediatamente. Era un compromiso con la ciudad, con sus ciudadanos y con las cofradías que viven tan intensamente estos días. Sin embargo, pronto comprendí el reto que suponía hacerlo porque no soy un poeta o un historiador o un académico o un fervoroso cofrade que pueden hacer este pregón con muchísimo más esmero, calidad y conocimiento que yo.


Por el contrario, yo soy un científico dedicado al estudio de la vida pero concentrado últimamente en la dirección de la Universidad de esta ciudad y de esta región. Desde esta perspectiva y desde mi experiencia personal, quizás pueda relatar una reflexión comprometida con la sociedad actual y con las vivencias individuales y personales sobre la Semana Santa.


Empezamos una Semana Santa que existe probablemente desde hace ocho siglos, y en Zaragoza, en su forma actual, desde hace ochenta años.
Ahora la celebramos en la segunda década del siglo XXI en un entorno social muy diferente del de sus inicios. Sigue siendo una expresión popular y religiosa católica, pero que tiene lugar en una sociedad con una cultura que quiere ser cada vez más laica y multicultural. Una expresión popular comunitaria que también quiere ser una fiesta identitaria y de reconocimiento social de nuestras raíces, subrayada en nuestra tierra con el ritmo unísono y unitario de los tambores.


Todo lo anterior es cierto, pero esta celebración también coexiste con lo que para muchos son sólo unas simples vacaciones de primavera. Y además todo esto vivido por creyentes o no, con mucha o poca identidad regional y con una mayor o menor ausente confesionalidad católica.
En esta mi visión de la comprensión diversa de lo que es esta celebración, sin embargo hoy nos encontramos aquí creyentes o no creyentes, niños, jóvenes y mayores, vinculados todos a nuestra Semana Santa. ¿Qué nos une? ¿Qué hay de común entre nosotros?
Ciertamente en primer lugar, hay un respeto y un relato común por su protagonista mayor, un galileo de hace 2000 años, Jesús, entregado a su gente, a su pueblo y a extranjeros, que llega a la muerte comprometido con su fe judía en un único Dios al que llama padre.
Creo que la gran mayoría de los presentes así lo compartimos sea cual sea nuestra creencia, aunque otros, probablemente no presentes, no se identifiquen con esta visión.
¡Pero me pregunto algo más! ¿Qué más vemos en esta celebración comunitaria, pública, para concentrarnos tantos todos los años? Yo pienso que nos unen valores con los que nos identificamos de forma más o menos expresa. Es una gran celebración común de lo humano; igual que en la Navidad celebramos la vida naciente ahora en la Semana Santa celebramos la idea de la vida doliente y sin embargo esperanzada.
 

En ella vemos lealtad; la lealtad entendida como compromiso de vida, como vemos a Jesús comprometido con la suya. Él cumplía lo que prometía y cumplía con aquellos con los que se comprometía. Fue fiel y dueño de su destino. Vemos también verdad. La verdad que no negocia con la mentira, que acepta a los hombres pero no a aquellos que les dañan y les explotan.
La verdad que clama contra los poderosos que imponen sus intereses por encima de la justicia que hace a los hombres libres y dignos.
Vemos valentía. La del hombre valiente que también siente miedo pero que está comprometido con su visión y proyecto. Como lo hacía Jesús con su fe por el Padre, con su verdad y su vida.
Jesús vive en común con hombres y mujeres y con su entorno inmediato, habla como agricultor y pescador, se solidariza con los débiles y con la enfermedad y la discapacidad, con los explotados, y les acompaña, empatiza con ellos, les ayuda, les enseña y les cura. Nos sentimos en comunidad y en solidaridad en esta fiesta porque este hombre es duro contra la injusticia pero es compasivo con la necesidad humana. A todos nos conmueve su pasión por los débiles. Nos enseña y apasiona que la compasión por los hombres crea hombres compasivos.
Y aún más, aún queda el valor común más sorprendente de esta fiesta. Su gran protagonista, convencido, nos dice mientras está en el final de su vida que tengamos confianza. Sí, la confianza acaba siendo el núcleo central de su mensaje. No existe vida auténtica sin confianza. Vive para la confianza.


Lealtad, verdad, valentía, solidaridad, compasión y confianza. Todos ellos, unidos, es la esencia que compartimos aquí porque creemos en una vida llena de valores y así lo clamamos, como un grito, tocando el tambor en grupo, en común, para reafirmarnos de que estos son nuestros valores y que en ellos está nuestra confianza.
Que todos los que estamos aquí, creyentes o no, cristianos o de cualquier creencia, niños y niñas, jóvenes, hombres y mujeres, vivamos con profundidad y alegría estos valores humanos esenciales.

 

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