05 julio 2018

La Plaza de San Bruno acogerá la retransmisión de la ópera “Lucia di Lammermoor”

El Ayuntamiento de Zaragoza vuelve a instalar este año una gran pantalla para poder contemplar, a partir de las 21,30 horas del próximo sábado, 7 de julio, esta nueva producción del Teatro Real, y que será de acceso libre

Vuelve la ópera a la Plaza de San Bruno. El Ayuntamiento de Zaragoza sigue colaborando con el Teatro Real, y este año retransmitirá en directo, para todos los ciudadanos y ciudadanas, la ópera Lucia di Lammermoor, drama trágico en tres actos. Será el próximo sábado, 7 de julio, a partir de las 21,30 horas, en la Plaza San Bruno, y de acceso libre.

Con estas retransmisiones se trata de popularizar la ópera, de sacarla a la calle, para que el público amante de este género disfrute de una producción soberbia, y para quienes no estén tan familiarizados descubran que la ópera es algo fundamental en la cultura europea.

Forma parte de los actos de celebración del bicentenario de la fundación del Teatro Real de Madrid, uno de los mejores teatros de ópera del mundo, con el que el consistorio zaragozano colabora desde hace tres años (la primera ópera que se retransmitió fue Otello de Giuseppe Verdi y la segunda Madama Butterfly de Giacomo Puccini), y para este año se volverá a instalar una gran pantalla y sillas para disfrutar, al aire libre de la ópera Lucia di Lammermoor, de Gaetano Donizetti (1797-1848). Libreto de Salvatore Cammarano, basado en la novela The Bride of Lammermoor (1819), de Walter Scott.

Estrenada en el Teatro San Carlo de Nápoles el 26 de septiembre de 1835 y en el Teatro Real el 31 de mayo de 1851, esta ópera contará con Daniel Oren en la dirección musical, David Alden en la dirección de escena y con los siguientes intérpretes: Lissete Oropesa, Javier Camarena, Artur Rucinski, Roberto Tagliavini, Yijie Shi, Marina Pinchuk y Alejandro del Cerro.

Auténtico paradigma de la ópera italiana romántica, Lucia di Lammermoor, el más logrado y célebre de la extensísima lista de dramas líricos de Gaetano Donizetti, suscitó desde su inicio admiración por hacer del canto un vehículo para conmover, y no una mera sucesión de fuegos artificiales vocales. La obra abrió al bergamasco las puertas de París, y fue la única de las que alumbró que se mantuvo en el repertorio antes del Donizatti Renaissance que, a partir de la década de 1950, consagraría definitivamente al compositor.