Museos y Exposiciones

Las fiestas de Zaragoza

Autor: Antonio Barceló y Alberto Serrano Dolader

La gran fiesta zaragozana: la Ofrenda de Flores

El domingo 12 de octubre de 1958 se desarrollaba la primera Ofrenda de Flores a la Virgen del Pilar. Este acto es sin duda el más importante del calendario festivo zaragozano. Durante las dos horas que duró aquella primera edición desfilaron unas 2.000 personas. Al comenzar el siglo XXI cálculos serenos cifran una afluencia de 22.500 oferentes a la hora, durante las ocho de ininterrumpido desfile.

Todos los participantes van ataviados con trajes regionales. Siete millones de flores se depositan en la plataforma que desde 1998 se sitúa en el centro de la Plaza, tejiendo una superficie de 55 metros de profundidad, 18 de anchura y más de15 de alto.

Los antecedentes de la Ofrenda hay que buscarlos en los años cuarenta del siglo XX, en los que el Camarín de la Virgen se adornaba los días de las fiestas. Claveles, rosas y nardos perfumaban la Santa Capilla. Pero será en 1958, ocupando la alcaldía Luis Gómez Laguna, cuando el concejal de fiestas Manuel Rodeles introduzca en el programa un acto popular y de participación, que rompería la esclerotizada dinámica de unos festejos demasiado elitistas.

Para esta primera Ofrenda, en la que se situó una réplica de la Virgen en la fachada principal del templo, el Ayuntamiento adquirió en Tortosa varios miles de claveles. En 1960 ya se considera "tradicional". En 1964 es motivo principal de las portadas de los extraordinarios de la prensa. En 1970 desfilan el Príncipe Felipe, que viste de baturro, y las Infantas Elena y Cristina; y en 1980 ya participan más de 50.000 personas.

Sin duda el éxito de la Ofrenda de Flores contribuyó a que las del Pilar fueran declaradas en 1965 "Fiestas de Interés Turístico Nacional", Pero esa repercusión popular no debe eclipsar otras manifestaciones en torno al 12 de octubre.

El Rosario de Cristal y la Ofrenda de Frutos

Unas 15.000 personas ataviadas con traje regional portan faroles e integran el desfile del Rosario en la noche del 13 de octubre. Es una manifestación religiosa y estética excepcional. Las actuales 29 carrozas _monumentales se llevaron a hombros hasta 1926 y se alumbraron con velas y teas hasta 1940. Las 15 de los misterios datan de 1890, diseñadas por el arquitecto Ricardo Magdalena y construidas por el artesano León Quintana. La Carroza de la Santa Capilla es la más antigua, data de 1823, aunque está tan renovada que difícilmente la reconocerían nuestros abuelos.
En 1903 se decidió posponer la salida del Rosario hasta el día 18, para que pudiera participar el Rey Alfonso XIII. Su nieto, el Rey Juan Carlos I, es Hermano Mayor desde 1989.

La Ofrenda de Frutos es más antigua que la de Flores y su primera edición se celebró en 1949. En la mañana del día 13 cerezas de Caspe, melocotones de Calanda, sandías de Alfamén, manzanas de La Almunia, ajos de Arándiga, mullareros de Fraga, espárragos de Gallur ... y una infinita variedad de exquisitas frutas, son depositados a los pies de la Virgen, en el interior del templo. En el desfile, que recorre el paseo de la Independencia y la calle Alfonso, participan más de 10.000 personas, agrupadas tras los estandartes de casas regionales, peñas y comarcas aragonesas.

Para El Pilar, siempre lo mejor

Las Fiestas del Pilar siempre han sido foco de atracción. En 1900 se publicó que habían llegado 12.000 forasteros. Diez años más tarde los visitantes ya superaban los 50.000. Entre 1968 y 1976 el Pilar hubo de permanecer abierto toda la noche para acoger a los que no tenían otro lugar para dormir. En los años finales del siglo XX, fuentes municipales calculaban que dos millones de personas iban a participar en los actos, mientras que empresas del sector hablaban del consumo de 400.000 litros de refrescos y otros tantos de cerveza.

Festejos hay y ha habido de todo tipo, y para todos los gustos. Tal es así que incluso existió la creencia popular en que las golondrinas no comenzaban su movimiento migratorio hasta después del día del Pilar, para poder participar en ellos.

No obstante será en los años ochenta del siglo XX cuando los ayuntamientos democráticos rompan con la dinámica autoritaria que había reducido lo verdaderamente popular a la mínima expresión. Es en los últimos 20 años cuando se han recuperado los parques para programar actividades infantiles y significativos espacios urbanos, como el Paseo de la Independencia, para la celebración de multitudinarias verbenas populares.

En los dos últimos siglos, en torno al 12 de octubre, se han programado todo tipo de celebraciones piadosas, como las 400 misas que en 1954 se rezaron el día del Pilar. Pero también multitudinarios desfiles, como la Batal1a de Confeti que recorrió la calle Alfonso en 1905, o el del pregón de fiestas que 1915 salió por vez primera en carrozas.

Se han sucedido fiestas náuticas en el canal Imperial, como la que en 1934 sumó a las barcazas la participación de dos "aeroplanos". Y motonáuticas en el Ebro, cuyo esplendor coincidió con los años sesenta. Pero, que se sepa, sólo ha habido treinta Reinas de las Fiestas, designadas entre 1949 y 1978. Casi todas ellas adornaron minoritarias sesiones de gala en La Lonja. Otro ejemplo: en 1939 se institucionaliza el 12 de octubre como "Día de la Raza".

A mitad del siglo XIX ya se cantaban jotas de ronda, pues está documentado que en 1828 las hubo cuando visitó la ciudad Fernando VII. Sonaban la dulzaina, la gaita y el tamboril. Las rondallas de guitarra, guitarra y requinto comenzaron a cogerles el testigo en torno a 1870. Desde finales del XIX se celebra un Certamen Oficial que es semillero de campeones.

En 1904 se construyó una falla de maderas y cañizos. Pero gustaban más los fuegos
artificiales, que a finales del XIX se quemaban en el Coso. En aquellos tiempos los zaragozanos disfrutaban también con la ascensión de globos aerostáticos nocturnos adornados con luces y bengalas.

Todas las propuestas festivas se tratan de sintetizar, año tras año, en el cartel anunciador, cuyo primer ejemplar data de 1882. Es una litografia de Daniel Perea que recoge como motivo central la faena de un torero. Los toros siempre han gustado, y también las vaquillas, recuperadas en 1982, tras décadas de ausencia.

Tuerto, Morico, Berrugón, Boticario, Robaculeros... son nombres de cabezudos que ya persiguieron a nuestros bisabuelos. A mediados del siglo XIX el pintor decorador Félix Oroz renueva y aumenta la comparsa, a la que en 1892 se incorpora Tío Zambomba o Tragachicos, que hizo furor. El Forano y la Forana se casaron en 1916 y las crónicas registraron un año más tarde el bautizo de un "Foranico". En 1964 se produjo la quema voluntaria de la comparsa, que se renovó para proseguir una existencia siempre dinámica.

No hay fiesta sin feria. Hasta finales del XIX se instalaron en el Coso y sus alrededores, y en 1903 hizo furor el tiovivo de "cerdos trotadores" que se ubicó en el solar que quedó tras derribar la Casa de la Infanta.

En la Zaragoza del siglo XIX los mozos frecuentaban las tabernas o "cafés de ramo", así llamados porque con un manojo de yedra encima de la puerta se anunciaba la apertura de una nueva cuba. Horchatas, buñuelos y aguamiel completaban la oferta.

Quizá nada ciertamente deslumbrante, porque para "deslumbrar" ya estaban las planchas de hojalata que adornaban en los días de gala las fachadas de las casas ricas en el siglo XVIII y principios del XIX. Todo tan curioso como el acuerdo municipal adoptado en 1870, por el que se oficia al pastor Protestante de Zaragoza para que notifique qué actos extraordinarios tiene previsto celebrar con el fin de incluirlos en el programa de fiestas en honor de Nuestra Señora del Pilar.

Pero, antes y después, hay todo un año que aliviar

Como hemos visto, El Pilar culmina y condensa lo más sobresaliente del calendario festivo zaragozano, pero a lo largo del año, la ciudad vive intensamente otras fechas y otras celebraciones destacadas.

El 17 de enero, San Antón, reúne a toda una multitud de gentes en las inmediaciones de la parroquia del Gancho. El desfile y la bendición de animales ha incorporado mascotas y ejemplares exóticos, desapareciendo prácticamente las bestias de tiro que en otros tiempos eran protagonistas de la jornada. Una fiesta que, en el siglo XIX, organizaban los trajineros y alquiladores de mulas, y que en su sentido más popular se centraba en una rifa, la del "tocino de San Antón", cuyos cupones pregonaban los chicos por las calles "a real de vellón". El lustroso animal era paseado como reclamo. La costumbre desapareció en 1890 cuando se prohibieron las rifas para impulsar la Lotería Nacional.

San Valero es el patrón. Y el santo obispo zaragozano ha tenido, excepto en épocas de obras, su capilla y su culto en La Seo. Allí han acudido las buenas gentes a besar sus reliquias. En el exterior, las "rosconeras" pregonaban panes y dulces, bendecidos por el capellán bien de mañana. Un solemne pontifical seguido de procesión claustral congregaba a los cabildos del Pilar y la Seo, y al Ayuntamiento de la ciudad con toda su pompa. Se sigue haciendo. San Valero era además patrón de los serenos.

San Blas, el 3 de febrero, llenaba las casas de pastas y azúcares benditos para conjurar los males de la garganta. Santa Águeda, dos días más tarde, daba especial protagonismo a las mujeres que antaño compraban lotería antes de pasar por la iglesia de Santa Isabel (o San Cayetano) donde se veneraba a la mártir, y hoy acuden a fiestas gastronómicas y musicales. Mientras, todos los zaragozanos preparaban máscaras y disfraces para el inmediato Carnaval preñado de comparsas y bailes públicos. El "higuí" era elemento destacado de una fiesta, en la que no faltaban los osos bailarines, el carnestolendas y los desfiles burlescos. La aparición en 1886 de la comparsa "El Ruido", recogiendo donativos para los mozos aragoneses en la guerra de Cuba, hizo historia.

Y para mantener la memoria de otro acontecimiento histórico nació la "Cincomarzada", fiesta de carácter liberal y progresista, que sufriría impulsos y restricciones según el gobierno de turno. Durante la primera Guerra Carlista el pueblo zaragozano desalojó de la ciudad a las tropas de Cabañero tras un asalto nocturno. Eliminada "definitivamente" durante el franquismo inició rápidamente su recuperación en 1977, con el impulso de los gobiernos municipales democráticos. Nuevos vientos para una fiesta de multitudinaria participación en su antiguo emplazamiento de la arboleda de Macanaz o el nuevo del Parque del Tío Jorge. En cualquier caso, longaniza, migas, buen jamón y vino en abundancia han contribuido siempre al esplendor de la jornada.

Cientos de mozalbetes del barrio de San Pablo se disponían cada 25 de marzo, hasta 1868, a "ir a matar la vieja". Y lo hacían en el transcurso de una de las más singulares ceremonias que recuerdan los anales festivos de la ciudad. Una dama llamada doña García Lavieja, dispuso en su testamento, otorgado en Zaragoza en 1453, que cada año se celebrara en su memoria un aniversario con asistencia del Cabildo, el Concejo, las hermandades... y los chicos del Hospicio, que a cambio recibirían una propina. Al reclamo, fueron incorporándose todos los mozalbetes del barrio que, armados de palos, se encargaban al final de la celebración religiosa de aporrear la tumba para que "Lavieja" no resucitara y se quedaran así sin la apetitosa gratificación: una "cuaderna" por cabeza. La cosa fue a mayores, el apaleamiento se extendió por todo el barrio y los desmanes terminaron en prohibición.

Unos dieciséis mil cofrades, una veintena larga de hermandades, siete mil tambores y bombos y medio centenar de procesiones dan actualmente solemnidad y colorido a la Semana Santa. Algunas tallas de los siglos XV y XVI constituyen lo más valioso de los desfiles. Otras muchas desaparecieron en la Guerra de la Independencia durante la destrucción del Convento de San Francisco. Las cofradías, en sus estaciones de penitencia, trasladan sus pasos a Santa Isabel, para la procesión general del Santo Entierro. El Cristo de la Cama, herido de bala y bayoneta en los Sitios, es articulado y se utilizaba en las tradicionales representaciones del Descendimiento.

De 1876 data la cofradía de Las Esclavas, integrada únicamente por mujeres. Las "andas" comienzan a desaparecer en el año 1935. Después de la Guerra Civil se crean la mayor parte de las hermandades actuales. En 1940 la cofradía de las Siete Palabras y de San Juan, inspirándose en las procesiones de Híjar, introduce una cuadrilla de tambores y bombos. Se suman al pífano, tambor, matracas y carracas tradicionales. El interés se extiende y desde los años 60 crecen espectacularmente los tambores al estilo bajoaragonés. A veces se cantan jotas en los desfiles y, en la indumentaria, alternan "terceroles" y "capirotes", los primeros eminentemente aragoneses. Abundan las figuras bíblicas y soldados romanos, y desde 1995 la Semana Santa zaragozana está declarada de interés turístico regional.

San Juan y San Pedro, entre el 24 Y 29 de julio, son días de verbena. Miraflores, Torrero y el Canal contemplaron durante todo el XIX el paso de barcazas engalanadas, repletas de músicos y máscaras. Apuntan las crónicas que se oían cantar seguidillas y jotas, mientras en dirección contraria, rumbo a la Quinta Julieta, navegaba una popular góndola arrastrada por caballerías.

La arboleda de Santa Engracia fue también durante años, escenario de bailes y "honestos esparcimientos", regados con aguardiente, limón o escorzonera y mantenidos a base de churros y buñuelos. Los zaragozanos lucían para la ocasión un ramo de albahaca.La procesión de Santa Ana, el 26 de julio se conocía popularmente como "la de los almuerzos", porque al discurrir a primera hora de la mañana, los propietarios de las casas del trayecto invitaban a los asistentes a pan con tomate y jamón. Los labradores llamaban a la misma procesión "la de los higos" fruto abundante y muy consumido también en la fiesta. Al parecer dejó de celebrarse en 1845.

Desde que el 5 de julio de 1832 quedó abierto el cementerio de Torrero, las visitas se multiplicaron en la solemnidad de Todos los Santos. Tanto que en 1891 el alcalde se vio obligado a dictar un bando prohibiendo "a los particulares llevar meriendas y toda clase de bebidas", con las que -es de suponer-, aliviaban las penas muchos visitantes.

Y hablando de gastronomía, un apunte más. La costumbre de celebrar la entrada de año comiendo uvas mientras suenan las doce campanadas. Las gentes se reunían en la Plaza de la Constitución ante el reloj de la Diputación. La tradición se mantuvo hasta que, en 1936, a algún jerarca se le ocurrió la absurda idea de apagar la esfera del reloj, para que no fuera visible. Se cortaba así de cuajo una "inapropiada celebración de origen extranjero".

Naturalmente, en poco tiempo se pusieron las cosas en su sitio. Tanto que hoy la Nochevieja se sigue celebrando colectivamente en la Plaza del Pilar, con éxito creciente.