06 junio 2016

Crónica musical: Elvis Costello


Por Javier Losilla (El Periódico de Aragón)

Discreta pero entusiasta asistencia del público al espléndido concierto de ese traficante de emociones que responde artísticamente por el nombre de Elvis Costello. No sabemos si achacar la escasez de espectadores a que el músico actuase sin grupo; a que su concierto fuese en la Mozart, cuya acústica no se lleva muy bien con el pop y el rock, o al precio de las entradas, pero, francamente, uno esperaba una respuesta algo más nutrida a la primera visita a Zaragoza del veterano prestidigitador Costello. El título de su gira ya dejaba claras la intenciones: Detour; o sea, desvío, rodeo... Una manera, en suma, diferente, de abordar un repertorio espléndido, armado en esta ocasión con espléndidas presencias y sonoras ausencias.

Con una escenografía que denota su pasión por las primigenias emisiones televisivas (también por los simpáticos charlatanes de feria) y con incontestables maneras de showman, Costello arma un espectáculo fascinante en el que combina lo acústico con lo eléctrico, y el piano con las guitarras. Todo ello aderezado con una incontenible verborrea, tal vez excesiva para un auditorio que mayoritariamente no dispone del nivel de inglés que sus hilarantes parlamentos exigen. Así, entre historias en ocasiones disparatadas en las que se mezclan los comentarios sobre los viejos programas de televisión, la profesión de su padre y la familia real inglesa, Costello va desgranando canciones, tributos (a Allen Toussaint y Beatles, por ejemplo) y músicas que recalan en diferentes puertos de lo popular. Sin prisas (el concierto comenzó a las nueve y media y concluyó veinte minutos antes de la media noche), estableciendo complicidades con el espectador, mostrando su extraordinaria capacidad como compositor e intérprete. Sí, nos habría gustado escuchar en directo a Costello acompañado por un grupo solvente, pero celebramos su habilidad para resolver en solitario un puñado de piezas retorciendo melodías o suavizándolas, y, sobre todo, cantándolas con la energía de un jovenzuelo y la libertad de un sabio.

No es necesario transcribir en su totalidad el programa que abordó, pero ahí van algunos títulos que de su cajón de las maravillas: Red Shoes, Accidents Will Happen, Church Underground, Everyday Write The Book, Ring Of Fire, Freedom For Stallion, Shipbuilding, Walking My Body Back Home, Ghost Train, una revisión casi noise de Watching The Detectives, New Amsterdam, She (su particular mirada a Tous les visages de l'amour, de Aznavour), Almost Blue... Paseando entre el público, como un trovador a la antigua interpretó Alison, y cerrando la velada abordó A Good Year For The Roses y el blues Big Stars Have Tumbled (al piano) y un arrebatador I Want You, a guitarrazo limpio, con el que puso al público en pie para decirle adiós.

"La imaginación es una gran impostora", dice Costello en sus memorias Música infiel y tinta invisible. El sábado él mismo dio toda una lección de esa impostura que es, a fin de cuentas, la verdad más perturbadora. Dio dos por uno, comedia y drama en la caja infinita de los sueños catódicos. ¿Jekyll y Hyde? No, Abbott y Costello (Elvis).