16 mayo 2016

Crítica musical: Mayte Martín


Por: Javier Losilla

Duele, de gozo, escuchar a Mayte Martín; escuchar su flamenco de soledades que trasciende la soleá; dejarse atrapar por su cante casi místico, de trance, epifánico y rizomático. Escribió José Bergamín que "el pensamiento más profundo canta". Así ocurre con Mayte: canta su pensamiento que es decir tanto como que canta su ser entero, sacando de sí todo lo que conforma la esencia del sentir, del ver, del oír. Sale Mayte al escenario y el cante se enreda con el viento para penetrar en todos los rincones, en todos los recovecos; para penetrar por todos los poros como un bálsamo que amortigua el escozor de la derrota. Dejamos entonces de ser los hombres huecos de los que hablaba Elliot, porque su voz (esa voz de quebrada cintura, como el vals vienés de Lorca) nos rellena con toneladas de emociones.

La soledad de Mayte (La noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, compuso Juan de la Cruz en su Cántico espiritual) es nuestra compañía porque su cante, cuando abandona sus cuerdas vocales, entra a formar parte indisoluble de nuestra experiencia vital, de nuestra posición en el mundo.

El viernes sentimos todo eso en Delicias, donde Mayte Martín actuó dentro del Festival Flamenco, acompañada por ese guitarrista del detalle sinuoso que es Salvador Gutiérrez, quien toca como si no tocara, trazando constelaciones sonoras alrededor (nunca entrometiéndose) del universo de la cantaora. Salió Mayte al escenario y tras los saludos puso a caminar el cante por granaínas, en claro tributo a Antonio Chacón: Rosa si yo no te cogí / fue porque no me dio ganas / al pie del rosal dormí / y rosas tuve por cama / de cabecera un jazmín. Dicho (cantado) lo cual, subió la temperatura por peteneras, fandangos, soleá y cantiñas, antes de cerrar por bulerías, cogiendo del brazo a Concha Piquer y Antonio Machín, en una brillante conjunción de la copla Romance de la reina Mercedes y el bolero Un compromiso (ya en el bis se despidió por fandangos). En fin, una personalísima geografía del cante, una orografía sonora de montañas altas y ríos profundos, un paisaje de arrebatadoras soledades.

Por cierto: sugiero que en próximas ediciones del festival la organización organice un taller para neófitos, donde se enseñe a colocar a tiempo y cuando proceda oles (sin acento) y palmas. Y otro para quienes confunden la euforia cervecera con el agasajo a los artistas.