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Este libro, en palabras del autor, nos explica cómo "desde 1834, el cementerio municipal de Torrero ha sido el lugar de enterramiento de los fallecidos en la ciudad de Zaragoza. Tras un primer periodo en que apenas fue otra cosa que un alejado y desastrado pudridero sin apenas significación social, desde su primera ampliación, en 1875, constituyó uno de los principales lugares de representación de clase de la capital y la finca más rentable de su ayuntamiento, como en más de una ocasión llegó a decirse".
El cambio de hábitos funerarios, desde la sepultura urbana de la Antigüedad hasta la guerra civil española, sirve para demostrar que el recinto funerario más grande de Aragón, el cementerio de Torrero, ha sido testigo de la evolución de la relación histórica del pueblo y la muerte.